viernes, 5 de agosto de 2022

BEATRIZ RUSSO

 

  

                        Sea mi gozo en el llanto,

                        sobresalto mi reposo,

                        mi sosiego doloroso,

                                   mi bonanza el quebranto.

Santa Teresa de Jesús

 

 

Me he descalzado en silencio,

después me he lavado las manos con la liturgia del misericordioso y he alzado la voz

      para que sólo me escuchen las aves y las estrellas que tienen miedo del agua.

No encuentro ese camino de perfección porque aún sirvo a las sombras.

Tampoco sé del reposo si no cierro los ojos y el alma.

Mi sosiego también es doloroso.

Busco el filtro que hay en el trasero del aire paras dejar pasar tan solo la lluvia irreversible.

Llorar me sirve para no ahogarme en el espanto del ruido.

Hay tanto ruido en las comisuras del viento que el eco de los hombres se me ha hecho insoportable.

El murmullo ronda las esquinas donde los enamorados se dan el primer beso.

El rumor de lo divino está en los pozos secretos de tu castillo antiguo.

El inquisidor ha clavado su estaca en la morada de los que no vemos la luz amañada de la noche.

Las farolas son los testigos de esta esclavitud.

Quedarme a solas es un ultraje para los falsos solidarios.

Por eso huyo del llanto de los burócratas, lavanderos de un consuelo inmediato

     y profanadores de mi dignidad tranquila.

Por eso ahora busco el retiro en los astrolabios de la fe .

 

Tú, que tienes esa fe que me hace dormir sentada abrazando una almohada sordomuda.

Tú, que has sobrevolado descalza un valle de espinas sin temerle al coro de infames

      que quiso esconder el lamento de los afligidos en tu cajón difunto.

Tú, que me has hablado a la cara sin tenerme de frente, dime:

Dime dónde he de acudir a hacer las paces con el destilador de la conciencia.

Y dime si es tu dios esa conciencia.

Porque he seguido a gatas el rastro de los ángeles y me he perdido.

Me he perdido en la misma nada de siempre, la misma que espero cuando el presente

     se llene de polvo y el futuro se caiga a pedazos en el vaticinio del tiemblo.

He habitado unos instantes en una morada donde un celador me ha acusado de infiel.

Le he dicho que voy de tu parte, pese a no seguir tu fe, y me ha dejado a solas comulgando

     con las ratas.

He entrado en tu castillo sin tener la llave y me he colado por las alcobas atada de manos y pies.

Y me he puesto de rodillas rogando un pacto con las cruces.

Pero las cruces me han remitido al labio de los astros.

La boca que besa al mundo me ha hablado.

– La salvación está en la lágrima y en el beso.

Y no ha dicho nada más.

Lo he comprendido.

Tú eres esa lágrima perpetua sobre los huesos del desterrado.

Tú eres el éxtasis de los mares, la transverberación en los cuerpos heridos,

la devoción de los escribas generosos que ceden sus plumas al talento de las aves.

Y yo,

tan sólo una sierva devota que vierte su beso en la carne y sus delirios.

Así lo he comprendido, yo habito en la otra fe.

 

De: “Los testigos”

 

 

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