Sea
mi gozo en el llanto,
sobresalto mi reposo,
mi sosiego doloroso,
mi bonanza el quebranto.
Santa Teresa de Jesús
Me
he descalzado en silencio,
después
me he lavado las manos con la liturgia del misericordioso y he alzado la voz
para que sólo me escuchen las aves y las estrellas que tienen miedo del agua.
No
encuentro ese camino de perfección porque aún sirvo a las sombras.
Tampoco
sé del reposo si no cierro los ojos y el alma.
Mi
sosiego también es doloroso.
Busco
el filtro que hay en el trasero del aire paras dejar pasar tan solo la lluvia
irreversible.
Llorar
me sirve para no ahogarme en el espanto del ruido.
Hay
tanto ruido en las comisuras del viento que el eco de los hombres se me ha
hecho insoportable.
El
murmullo ronda las esquinas donde los enamorados se dan el primer beso.
El
rumor de lo divino está en los pozos secretos de tu castillo antiguo.
El
inquisidor ha clavado su estaca en la morada de los que no vemos la luz amañada
de la noche.
Las
farolas son los testigos de esta esclavitud.
Quedarme
a solas es un ultraje para los falsos solidarios.
Por
eso huyo del llanto de los burócratas, lavanderos de un consuelo inmediato
y profanadores de mi dignidad tranquila.
Por
eso ahora busco el retiro en los astrolabios de la fe .
Tú,
que tienes esa fe que me hace dormir sentada abrazando una almohada sordomuda.
Tú,
que has sobrevolado descalza un valle de espinas sin temerle al coro de infames
que quiso esconder el lamento de los afligidos en tu cajón difunto.
Tú,
que me has hablado a la cara sin tenerme de frente, dime:
Dime
dónde he de acudir a hacer las paces con el destilador de la conciencia.
Y
dime si es tu dios esa conciencia.
Porque
he seguido a gatas el rastro de los ángeles y me he perdido.
Me
he perdido en la misma nada de siempre, la misma que espero cuando el presente
se llene de polvo y el futuro se caiga a pedazos en el vaticinio del tiemblo.
He
habitado unos instantes en una morada donde un celador me ha acusado de infiel.
Le
he dicho que voy de tu parte, pese a no seguir tu fe, y me ha dejado a solas
comulgando
con las ratas.
He
entrado en tu castillo sin tener la llave y me he colado por las alcobas atada
de manos y pies.
Y me
he puesto de rodillas rogando un pacto con las cruces.
Pero
las cruces me han remitido al labio de los astros.
La
boca que besa al mundo me ha hablado.
– La
salvación está en la lágrima y en el beso.
Y no
ha dicho nada más.
Lo
he comprendido.
Tú
eres esa lágrima perpetua sobre los huesos del desterrado.
Tú
eres el éxtasis de los mares, la transverberación en los cuerpos heridos,
la
devoción de los escribas generosos que ceden sus plumas al talento de las aves.
Y
yo,
tan
sólo una sierva devota que vierte su beso en la carne y sus delirios.
Así
lo he comprendido, yo habito en la otra fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario