El
brillo de los mangos a las cuatro de la mañana era un detalle detenido en la
memoria.
Ella
corría, se paraba y lamía aquellos frutos maduros que se abrían y goteaban enmielándole
el sueño.
Besos
que aún no ha olvidado, sabores que se repiten cada noche en el mismo y obscuro
patio, donde un árbol aún extiende sus ramas.
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