El
pan
La
superficie del pan es maravillosa en principio a causa de esa impresión casi
panorámica que ofrece: como si tuviéramos a disposición de la mano Los Alpes,
el Tauro o la Cordillera de los Andes.
De esta manera, entonces, una masa amorfa eructando fue deslizada para nosotros
en el horno estelar, donde, endureciéndose, se plasmó en valles, crestas,
ondulaciones, grietas…Y desde entonces todos estos planos claramente
articulados, todas estas losas delgadas donde la luz con aplicación tiende sus
fuegos –sin un vistazo a la blandura innoble subyacente.
Ese frío y descuidado subsuelo que llamamos miga tiene un tejido similar al de
las esponjas; ahí, hojas y flores son como hermanas siamesas unidas por todos
los codos a la vez. Cuando el pan se seca, sus flores se marchitan y se
encogen: se separan las unas de las otras, y la masa se puede desmenuzar.
Pero cortémosla acá: porque el pan en nuestra boca debe ser menos objeto de
respeto que de consumo.
Versión
de Nicolás Vilela
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