Mi
revolución no vigila el jardín, es arenga e invitación a participar de él. Es
una revolución que acompaña, no es de esas que pisa por conquistar la nada. Es
una revolución perezosa en el arte de la convicción. Ella se muestra
prudentemente y ya si eso comparte conducta con quien se arrima a silbar con
ella. Desde hace un tiempo para acá su importancia está a la altura del canto
despreocupado que conjuga la complicidad de las minorías.
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