Esta
revolución mía nació con la insignia de la derrota y por eso siempre triunfa
desde abajo. No pide nada más que poder decir con suavidad. No necesita mucho
más que silencio para conquistar el discurso. Cuando grita lo hace con un blues
o una gaita ancestral, siempre traspasando el indecoroso precepto del
entendimiento. A veces se me escapa. Siempre con cierta vocación mesiánica.
Intuye que si yo la sigo su realidad ya se justifica. Y casi siempre me
convence.
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