Todavía
Enloqueces
con el frío de la mañana.
No
enciendes la radio:
eres
demasiado joven para eso.
En
cambio, el corazón,
ruinoso
y laborable, asciende
hasta
la puerta de tu otro costado.
Jamás
habrá de persuadirte del trato
que
tienes en la vida doméstica
con
una raza de acontecimientos
inútilmente
sorprendidos:
la
acumulación de pelo
de
gato desvaneciendo
la
identidad del piso, la prolija
vanidad
de los zapatos
soportando
una vejación mitológica
(pero
todavía fuerte), el desahogo
sentimental
de la luz y su reflejo saturnino, las ventanas
deseando
otro paisaje y otro azul
(pero
menos bucólico), la casa
y
sus necios parajes interiores
plegados
a una edad que no afirmas
(no,
todavía no).
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