Revelación
Hay un tiempo dotado de solera, que me concede la capacidad de pensar en
tu partida de una forma sorprendente. Pienso obligatoriamente en al-Buraq,
un ser mitológico, en el instante del parto insólito entre la lentitud del pie
sobre la tierra o el vuelo con sus alas desubicadas.
Hay un tiempo para pensar en un vacío que ralentiza el camino, para que dote a
las palabras de sentido y a las voces de un murmullo que lo aguarda. Damos a
los hechos nuestro interés y nuestras riñas, mientras se superan con la
agilidad de un pájaro.
Hay un tiempo para el propio tiempo, ese que está a tu lado, en tu única
trinchera, fortificada por tus compañeros, quienes extienden el aceite en tu
candil, solo para que tus ojos se iluminen por ellos. Entre tanto superan
centenares de millas, alargadas, redondas, veladas y la alejas sin aflicción,
ni rotación ni espera. La aflicción nos llena sin que nos fortalezcamos con tu
aceite.
Hay una ceniza, la esparces con tus vueltas. Hay un patrimonio común que
portamos hacia ti y transporta nuestros ojos en las frentes de los rostros,
buscando un par de ríos y la negrura del sur hacia su norte para que echemos en
ella tus láminas y olamos con ella tu misericordia.
Hay
un fuego que se prende en los lados, que ahora y en cada comienzo, me pregunta
por ti. Lo recuerdo en los cuadros, en las arcillas y en la memoria. Él admira
y examina. Le digo que los principios han eternizado un fuego y han soplado por
si mismos al fuego. En el fuego hay memoria, se ve la verdad sin obstáculo y no
cabe detrás del después un después.
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