miércoles, 16 de octubre de 2013

SILVIA CARBONELL





El peso de las palabras



No sé que buscas que lea de ti, pero haces muy bien tu trabajo.
Solo un detalle corazón, ya no te creo la voz, ya no te creo los ojos
por tantos recuerdos amargos.

Te aseguraste de dejar escuela y fuiste el mejor director.
Hoy no te creo la historia, ni te concedo atención.
Me enseñaste entre tantas mentiras, a leer al mejor cabrón.

Por eso sé que vivido más de loque presumen de mí,
y también menos, de lo que estoy dispuesta a admitir.
Te he llovido más de lo que admito y menos de lo que he llorado,
porque mis nubes no quieren padecer más de ti.

Y aquí entre nos, nos haremos la paz y después la guerra.
Retomaremos el amor y sin éxito, ya muerto,
despues enterrarlo para pedirnos perdón.

Abrir el infierno, porque eso querido, para ti es indispensable.
No sabes amar sin quemarte, no sabes huir sin quedarte.
Así llegarás de nuevo, porque solo eso se te da con talento.

Y te he vivido más de lo que digo y lo que escribo,
y menos de lo que creo y estoy dispuesta a admitir.
También lloviendote menos de lo que piensas,
y más de lo que mis aguas hoy se pueden permitir.

También he admitido derrotas que no son mías.
secuelas de tus guerras frías.
Guerras que no he comenzado,
guerras que nunca he acabado.

Te pienso más de lo que digo y menos de lo que escribo.
Así es esto, yo me escondo entre mis laberintos de silencios obscenos.
Entre mi voz mordiendo mi almohada,
entre mis ojos tragando sus lágrimas.

Me escondo entre cada letra y me disfrazo de palabras.
Somos daños colaterales de una herida pasada.
Una herida que sigue ardiendo en el fondo de tu mirada.
No ves un alma desnuda, ves desnudas mis palabras.

Somos carne de cañón en el estandarte de tu guerra,
carne supurando dolor hasta el día que te detengas.
No cesará la voz, ni se callarán tus falacias,
si en el silencio de mi voz te empeñas en destrozarla.

Esto no es el eco de mi voz, es el grito de tus mentiras.
Nunca conocí una voz que hiriera con tanta saña,
resultado de su dolor por no saber apagarla.
Nunca conocí dolor más grande que una palabra,
hecha con precisa intención de matar al recordarla.

No te daría de beber ni una sola de las mías,
por el temor a que tú, te encargues de envenenarlas.
No doy eco a mi voz, es mi voz quien se respalda,
con el peso de una pluma y el puño de mi palabra.



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