Sextina*
La
lluvia de septiembre cae sobre la casa.
En la luz que declina, la vieja abuela
está sentada en la cocina con el niño
junto a la pequeña estufa
marca Maravilla, lee chistes en el almanaque,
charla y ríe para ocultar sus lágrimas.
Piensa que sus equinocciales lágrimas
y la lluvia que golpea el techo de la casa
fueron pronosticadas por el almanaque,
aunque esto sólo lo sabe una abuela.
La caldera de hierro canta sobre la estufa.
Ella corta algún pan y dice al niño:
ya es la hora del té; pero el niño
contempla la tetera y sus pequeñas, duras lágrimas
que bailan como locas sobre la ardiente, negra estufa,
como debe de bailar la lluvia sobre la casa.
Ordenada, la vieja abuela
cuelga el sabio almanaque
por su cordel. Como un pájaro, el almanaque
entreabierto se cierne sobre el niño,
se cierne sobre la vieja abuela
y su taza de té llena de oscuras lágrimas.
Ella tiembla de frío y dice: la casa
está helada, y echa más leña a la estufa.
Tenía que ser, dice la estufa
marca Maravilla. Sé lo que sé, dice el almanaque.
Con lápices de colores dibuja el niño una casa
tiesa y un camino ondulante, dibuja el niño
un hombre con botones como lágrimas
y orgulloso lo enseña a la abuela.
Pero en secreto, mientras la abuela
se afana en torno a la estufa,
pequeñas lunas caen como lágrimas
de entre las páginas del almanaque
en los tiestos de flores que el niño
colocó con cuidado al frente de la casa.
Tiempo de plantar lágrimas, dice el almanaque.
La abuela canta a la maravillosa estufa
y el niño dibuja otra inescrutable casa.
En la luz que declina, la vieja abuela
está sentada en la cocina con el niño
junto a la pequeña estufa
marca Maravilla, lee chistes en el almanaque,
charla y ríe para ocultar sus lágrimas.
Piensa que sus equinocciales lágrimas
y la lluvia que golpea el techo de la casa
fueron pronosticadas por el almanaque,
aunque esto sólo lo sabe una abuela.
La caldera de hierro canta sobre la estufa.
Ella corta algún pan y dice al niño:
ya es la hora del té; pero el niño
contempla la tetera y sus pequeñas, duras lágrimas
que bailan como locas sobre la ardiente, negra estufa,
como debe de bailar la lluvia sobre la casa.
Ordenada, la vieja abuela
cuelga el sabio almanaque
por su cordel. Como un pájaro, el almanaque
entreabierto se cierne sobre el niño,
se cierne sobre la vieja abuela
y su taza de té llena de oscuras lágrimas.
Ella tiembla de frío y dice: la casa
está helada, y echa más leña a la estufa.
Tenía que ser, dice la estufa
marca Maravilla. Sé lo que sé, dice el almanaque.
Con lápices de colores dibuja el niño una casa
tiesa y un camino ondulante, dibuja el niño
un hombre con botones como lágrimas
y orgulloso lo enseña a la abuela.
Pero en secreto, mientras la abuela
se afana en torno a la estufa,
pequeñas lunas caen como lágrimas
de entre las páginas del almanaque
en los tiestos de flores que el niño
colocó con cuidado al frente de la casa.
Tiempo de plantar lágrimas, dice el almanaque.
La abuela canta a la maravillosa estufa
y el niño dibuja otra inescrutable casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario