martes, 15 de septiembre de 2015

MANUEL MARÍA FLORES





Flor de un día



Yo di un eterno adiós a los placeres
Cuando la pena doblegó mi frente,
Y me soñé, mujer, indiferente
Al estúpido amor de las mujeres.

En mi orgullo insensato yo creía
Que estaba el mundo para mí desierto,
Y que en lugar de corazón tenía
Una insensible lápida de muerto.

Mas despertaste tú mis ilusiones
Con embusteras frases de cariño,
Y dejaron su tumba las pasiones
Y te entregué mi corazón de niño.

No extraño que quisieras provocarme,
Ni extraño que lograras encenderme;
Porque fuiste capaz de sospecharme,
Pero no eres capaz de comprenderme.

¿Me encendiste en amor con tus encantos,
Porque nací con alma de coplero,
Y buscaste el incienso de mis cantos?...
¿Me crees, por ventura, pebetero?

No esperes ya que tu piedad implore,
Volviendo con mi amor a importunarte;
Aunque rendido el corazón te adore,
El orgullo me ordena abandonarte.

Yo seguiré con mi penar impío,
Mientras que gozas envidiable calma;
Tú me dejas la duda y el vacío,
Y yo en cambio, mujer, te dejo el alma.

Porque eterno será mi amor profundo,
Que en ti pienso constante y desgraciado,
Como piensa en la gloria el condenado,
Como piensa en la vida el moribundo.



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