viernes, 22 de julio de 2016

HEBERTO PADILLA



  
Autorretrato del otro



¿Son estremecimientos, náuseas,
efusiones,
o más bien esas ganas
a veces tiene el hombre de gritar?
No lo sé. Vuelvo a escena.
Camino hacia los reflectores
como ayer,
                  más veloz que una ardilla,
con mi baba de niño
y una banda tricolor en el pecho,
               protestón e irascible
                          entre los colegiales.

Es que por fin
                       lograron encerrarme
en el jardín barroco que tanto odié
y este brillo de ópalo
                         en los ojos
me hace irreconocible.
El gladiador enano ( de bronce)
que he puesto encima de la mesa
-un héroe cejijunto y habilísimo
con su arma corta y blanca-
y su perra enconada,
                 son ahora mis únicos compinches.
Pero cuando aparezca
                 mi tropa de juglares
limaremos las rejas
                                         y saldré.
¡Puertas son las que sobran!

Bajo la luna plástica
¿me he vuelto un papagayo
o un payaso de náilon
que enreda y trueca las consignas?
¿O no es cierto?
¿Es una pesadilla
que yo mismo pudiera destruir?
¿Abrir
de repente los ojos
y rodar por el sueño como un tonel
y el mundo ya mezclado con mis fermentaciones?
¿O serán estas ganas
que a veces tiene el hombre de gritar?
Las Derechas me alaban
                 (ya me difamarán).
Las Izquierdas me han hecho célebre
               (¿ no han empezado a alimentar sus dudas?).

Pero de todas formas
advierto que vivo entre las calles.
Voy sin gafas ahumadas.
Y no llevo bombas de tiempo en los bolsillos
ni una oreja peluda -de oso-.
Ábranme paso ya
sin saludarme, por favor.
Sin hablarme.
Échense a un lado si me ven.


De "El hombre junto al mar"  1981



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