Casas
Al
mudarnos
mi
hermana y yo
dividimos
las pertenencias.
Algunas
cosas
pasan
a ser necesarias
y
otras imprescindibles
según
nuestro estado de ánimo.
Nos
mudamos ya muchas veces
más
de las que hubiéramos querido.
No
quiero el microondas
ni
la cafetera ni los platos.
Quiero
llevarme lo mínimo.
Tampoco
el cuadrito de rosas bordadas
ni
los candelabros.
Me
gustan las velas
pero
no los candelabros.
La
casa que compartimos en Buenos Aires
se
llenó de la casa que vaciamos
en
Bahía, después de tu muerte.
Ahora
vaciamos otra vez la casa
para
mudarnos cada una sola.
Esta
mañana
volví
a mirar la puerta redonda del lavarropas.
Ese,
que no terminaste de pagar
porque
tu vida terminó antes.
Mamá
ahora,
un día como hoy
en
que decido no ir al trabajo
porque
llueve
porque
quiero dejarlo
al
trabajo, a él.
Pienso
qué
voy a hacer
si
me enamoro.
¿Habrá
lugar algún día
en
alguna de mis casas
para
nuestros objetos
todos,
bajo un mismo techo?
Los
días pasan
y
yo rondo la punta de la pregunta.
Hoy
por
ejemplo
poder
decir no, y hacer
un
hueco de luz
adentro
de la casa
que
huele a mi
llena
de las plantas verdes
que
crecen
porque
cuando estoy triste
trabajo
con mis manos su tierra
y
las dos nos transformamos
en
un acto de iniciación.
Ahora
mientras
las tostadas
crujen
al calor
de
la tostadora
que
en la repartición fue mía
pienso
en las tostadas que me hacías
pienso
en tu felicidad
al
comprar la tostadora eléctrica
la
llegada de la tecnología
la
promesa de la buena vida
que
siempre esperaste
y
nunca llegó.
Qué
dirías mamá
si
supieras que ya no tomo más café
ni
como más carne
que
lloro cada vez menos
que
nunca volví al cementerio
que
vivo sola con mi gata
que
sufro por amor
que
no estás para escucharme
que
creo haber olvidado
tus
olores
que
sólo queda esa permanencia
sutil
en
los objetos.
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