miércoles, 28 de diciembre de 2016

FRANCISCO CERVANTES VIDAL




La luz que ya se iba...



Recuerdo que te miré con miedo
Cuando te sentabas frente a mí.
La belleza al ser tan grande y honda
Es inhumana y dura, sin piedad.
Mas tu dulzura, la suavidad de tus ideas,
Las palabras medidas en que iban expresadas
Y esa infinita ternura que era tuya
Debieran haberme hecho perdonar tu belleza enorme.
Pensaba que podrías cambiarme,
Hacer de mí a capricho tuyo aquello que desearas
Y temía. Ay de mí.
Cómo decir lo mucho que llenaban en mi huera vida
Esos minutos en que eras para mí,
Qué informe todo lo que no fueran los instantes
Contigo así pasados.
Llegó entonces una tarde a mi memoria
Como disparo de un arma certera, mortal, inevitable
En que despertaba de la siesta
En otro continente, allí, en mi cuarto
Y aún deberían pasar un par de horas
Para ver a esa mujer cuyo cuerpo era
Sencillamente hermoso como su habla y su compañía
Acordé por el intenso dolor que tanta dicha habíame dado.
Pensé que nada podía ser así maravilloso,
Pero que era intolerable tal felicidad.
La luz que ya se iba lo decía
Y el corazón dolíame en extremo, desdichado,
A fuerza de alegría tan abundante.
Supe entonces aquello que hoy quiero decir
Mas que no puedo; mejor sería intentarlo
De otra forma, ¿usted podría? 


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