Carta a Leonard Cohen
Ahí están las calles de compás
negro, donde los cortejadores de la aguja calientan su porción de olvido. Suena
un concierto de ambulancias sinfónicas.
Es invierno en París y, bajo los
soportales, canta una mujer muy bella. Las miradas de los viandantes acarician
su vestido de aguaturma. Ella sonríe desde la pobreza elegante, apoyada en una
pared que parece un signo de interrogación, y a veces me habla con esa leve
dejadez de quien habita en casas en las que nadie barre la tristeza. Al final
canta tus canciones. Entorna los ojos y los versos se posan sobre un diminuto
cadáver embozado en escarcha.
Sé que envejeces, Leonard, que oyes
cómo en la habitación contigua gozan contra ti las mujeres amadas y que te
alivias describiendo el peso de la melancolía cifrada en lluvia. Te convendría
ver tu emoción hecha vaho que despiden los labios más peligrosos de mi urbe.
Aunque nunca conquistarás a esta mujer que ya se ha comprometido en amor con tu
palabra.
De: “Los hombres
intermitentes”
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