miércoles, 22 de marzo de 2017

VÍCTOR SANDOVAL




Los jardines de niebla



A la luz canicular la ensombrece la nube
como a tus ávidas pupilas el párpado violeta.
Infatigable rosa de emociones, rosa lúbrica,
el brevario y el manto
tiemblan en tus manos y pasan por tu rostro
en un descenso de mariposas grises y viento encenizado.
Brillaron en tu cuerpo los mejores espejos de los hombres,
los días en que remabas a contraviento y sol
como una proa negrera cargada de deseos.
Se secaron tus labios,
pozo samaritano
donde la lengua era una llama de virtudes.

*

—¿Recuerdas aquel verano de arrecifes
con su ola verde y el sol al pie del horizonte?
Mi rostro sin afeitar sobre tus senos,
los ojos desprevenidos de la lluvia,
la tormenta naciendo en la garganta grisazul del mar.
¿Recuerdas aquel verano en Caldas,
en la isla que todo lo tiene para ser perfecta?

—Cazador de mentiras, imaginero,
tú no has visto nada: encerrado
de tu ciudad sin playas, bostezante, polvorienta;
en tu casa, en tu cuarto,
en tu siesta de las tres de la tarde.

*

Muérdagos furiosos retintaron los árboles.
Hubo una llamarada en cada objeto.
La misma inquieta llama compartida
por los amantes frente a sí
ante la suave y lenta tela que desciende
hasta que al fin, noche de luna,
desnuda como un dedo ensortijado,
renaces desde siempre:
En tiestos líquidos derramas
tu paso de turquesa por galerías de malva.
¡Oh, noche!, cómo vienes, cómo llegas...
Enhebrados los párpados al frío,
acariciando espaldas, brazos, cuerpos,
posiciones de amor,
todo el amor,
bajo un lejano, jacintal de estrellas.



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