viernes, 9 de junio de 2017

EDUARDO CARRANZA




Interior



Los ojos que se miran
a través de los ángeles domésticos
del humo de la sopa.
En la botella brilladora canta
el ruiseñor del vino.

Reluce y tintinea lo visible
en la fruta, el reloj, la porcelana.
El pan abre su mano cereal
sobre el mantel. Las flores.
En el grabado antiguo toca el arpa
una muchacha de mil ochocientos.
El cigarrillo como que te asciende
la mano. Y una puerta se entreabre
sobre la sala silenciosa y tersa:
y más allá un huerto se presiente
o tal vez el recuerdo de un jardín.
En el espejo estás ya como ausente.
Por un instante se detiene todo
y escuchamos, absortos, lo invisible
de la noche que se abre a nuestro ensueño.
Con el café llega un país lejano.

El tiempo nada puede.
Todas éstas son cosas inmortales.



No hay comentarios:

Publicar un comentario