1959
Partamos
por un close up
a esa
foto tuya
que
me habría encantado conservar
pero
que se nos perdió de vista
con
tantas mudanzas.
Era
el 59 y andabas por la vida
con
59 de cintura.
Y
usabas pantalones, claro
(aunque
no se alcance a ver).
Y
fumabas.
Ya sé
que te ibas a divorciar
(aunque
tampoco se alcance a ver).
Increíble,
súper rubia, sentada y mirando a la cámara
con
esos anteojos negros en forma de alas
Y
esa remera rayada tan op-art.
Esa
es mi madre, pero no era mi madre todavía.
La
cabeza apenas inclinada y echada hacia atrás.
Un
poco de Marilyn, otro poco de las chicas del Che.
Y el
tipo de atrás, con los ojos como platos
y la
frente enorme.
El
que no le saca la vista de encima,
ese,
es el músico cubano.
–habría
jurado que era Miles–.
Demasiada
luz, demasiado foco,
un
toque de revolución
contra
la multitud de fondo
(apenas
linda, algo fea)
desdibujada
de solo mirarte.
Y la
risa, la risa inolvidable.
Por
favor, no te burles de mí:
esa
única imagen entre todas
es un
lugar donde volver,
más
allá de los muros,
de
los idealistas a toda costa.
A
medio camino y está bien:
entre
el teatro y el partido.
Y más
allá de las idas y las vueltas.
Del
Sputnik , la máquina y el Beat.
Del
Bebop y de Engels y de Marx.
Del “opio
de los pueblos” y tanto libro
y la
Guerra Fría y Stanislavski y Elia Kazan.
Ahí
estás, fija y perfecta, en esa vida eterna,
entre
algunas referencias de aquel mundo
y un
solo de trompeta ahogado,
que
se va llevando la corriente
y nos
deja sin batallas.
A
medio camino y está bien.
Porque
últimamente nadie sabe
dónde
queda el horizonte y yo tampoco.
Aunque
Dios, aún después de muerto,
es la
fe de cada uno. Y está bien.
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