miércoles, 19 de julio de 2017

VICENTE QUIRARTE

  


Cuerpo Encarcelado



Cuando te verdaderamente beso toda, cuando dejo de pensar estos son dientes, lengua tibia, tu saliva, lentamente me entero de tu historia; y algo que no sabes tuyo me transmina, desencadena mareas inaudibles, como si mi cuerpo tendido en la arena fuera bahía que recibe al mar de la resaca. Ese beso llega de sorpresa, sin que podamos conjurarlo a tiempo, y todo le es propicio: el marco de una puerta que nos guarda de la lluvia, el intermedio entre los trastos, la cómplice penumbra de los parques. Pero si el beso ocurre en una cama, las sábanas combaten, como si ellas quisieran enterarse de su propio cuerpo, de aquel pliegue antes dormido que la nueva caricia reconoce. Porque esos besos son como el milagro que nos deja vivir los otros días en que nada parece rescatable. Y los milagros ocurren, para gracia de todos los mortales, de cuando en cuando y sólo si son absolutamente necesarios.

*
Cuando te tiendes desnuda y bocabajo, tu espalda me mira aunque tú duermas: tranquilo mar con su rebaño de islas que, a pesar de la poesía, bautizamos pecas. Nadie sabe que allí late un sueño no realizado de Dios: el ritmo de tus pechos, la última gota de sudor, el cabello vertido en las almohadas, como si, aun dormida, construyeras un mundo de nombre tan real como tu ropa que levanto en mi camino al baño. Más allá del deseo de besarte y confirmar en la caricia —inútilmente— mi pasión, siento el cansancio de Dios tras concebirte, esa fatiga que sólo es privilegio de quien ha ocupado el día de sur a norte, seguro de que mañana es una hoja en blanco invadida por palabras que, si antiguas, cobran nuevo sentido en cada acto.


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