Llegada
Bajamos
de la barcaza con las manos en alto
a una
playa triste y desconocida.
La
primavera cerraba sus puertas,
el
viento nocturno sacudió de pronto
mi cabeza rapada
el silencio
esa
larga fila de Confinados
que subia
a los camiones de la Armada Nacional
marchando
cerca
de las doce de la noche del once de septiembre
de mil
novecientos setenta y tres en Isla Dawson
Viajamos
por un
camino pantanoso que me pareció
una
larga carretera con destino a la muerte.
Un
camino con piedras y soldados.
El
ruido del motor es una carcajada,
mi
abrigo café tiene barro y bencina:
nos rodean
bajamos del camión
uno
dos
tres
kilómetros
cerca
del
mar
y
de
la
nada,
¿Qué
será de Chile a esta hora?
¿Veremos
el sol mañana?
Se
escutan voces de mando y entramos a un callejón
esquizofrénico
que nos lleva al Campo de Concentración,
se
encienden focos amarillos a nuestro paso,
las
ventanas de la vida se abren y se cierran.
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