El poeta del jardín
Hace
tiempo se me ocurrió
que
tenía la obligación
como
poeta consciente de lo que su trabajo debe ser,
poner
un escritorio público
cobrando
sólo el papel.
La idea
no me dejaba dormir,
así que
me instalé en el jardín del Santuario.
Sólo he
tenido un cliente,
fue un
hombre al que ojalá haya auxiliado
a
encontrar una solución mejor que el suicidio.
Tímido
me dijo de golpe:
“señor
poeta, haga un poema de un triste pendejo”.
Su
amargura me hizo hacer gestos.
Escribí:
“no hay
tristes que sean pendejos”
y nos
fuimos a emborrachar.
De: “El Pobrecito señor X”
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