El hijo pródigo
El
perro en las gradas del umbral.
La luz
solicitándonos veredictos imparciales.
Todavía
para recordar el río de un puente a otro.
El
cielo recobrándose a sí mismo llave perpetua.
Cuando
los ojos son
un
rumor de palabras, un árbol caído,
y el
día distribuye verdes cantidades,
yo
recuerdo el calor de su pie desnudo,
secretamente
en medio de compañías insólitas.
Tarjetas
conmemorativas de la velocidad terrestre,
vehículos
en desuso, símbolos,
una vez
la puerta cerrada conduces
rebaños
de humedad,
círculos
de sonido apagado.
No
cambies de postura
no
beses la mano confiada al reposo
mira el
silencio a través de las vigas
en
hollín en la ventana
los
utensilios domésticos unidos
al
móvil de las estrellas
y la
sangre que corre a entregarse
y las
rosas dispuestas para festejarme.
Sólo
hay
un
corredor brillante,
unos
pasos dulcemente impacientes,
bienvenido
oh viento
sin
habitaciones.
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