El racimo de uvas
sobre un tema de Fray Luis
de León que repite George Herbert
Y
yo quise encerrar a la felicidad
en
un calabozo, pero el saco
que
llevo tras la espalda no desapareció;
siguió
creciendo, paralelo
al
cuerpo, entrecruzando la médula del hueso
con
la contorsión del sexo.
Yo
no supe hacer nada, Dios, por tu palabra
y
me quedé encerrado en la palabra que no tenías
para
que me dieras a beber tu esencia propia,
para
que dejaras en claro mi cuerpo sin salida,
para
que mi luz no se odiara entre tus vinos,
para
que las flores marchitaran en mi herida.
Yo
quise, Dios, llegar al cielo, pero nadie abrió
los
brazos lejanos de mi muerte. Nadie ve
mis
rostros corriendo en el camino de otros rostros,
la
memoria de mis cuerpos acumulándose en palimpsestos,
nadie
ve las voces frías que se pudrieron. Dios,
si
eres uno y eres cierto, arráncame de la existencia
en
que no hago más que buscar no contemplarte; Dios,
si
eres uno y eres cierto, derrámate:
con
los pies de mi oración aplastando tu racimo
he
de aplastar tu cuerpo místico y dejarlo
destilarse
hasta que salga el vino, el vino eterno, el vino mismo
de
tu sangre.
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