Borrachera
El
triste yo que soy, ahora era
o
fui. Soy Iván el Terrible, y ni siquiera
los
que me conspiran son Boyardos.
Unos
ojos
flotan hace lejos, me codean
mirando,
están junto a Platón viendo
una
película muda en su caverna.
Que
me suelten al bandido: estoy esperándolo
como
al porvenir, yo, Conquistador
de
una Mongolia de sueño inaccesible.
Mi
patria, la pobre, hace tiempo
que
no se cambia el vestido, y no
porque
nadie, sino porque esconde
su
propia llagadura. Me decían: Vámonos,
aquí
nos matan. Pero no estoy desocupado.
El
Poeta me hace reír: después de todo
la
vida humana es como Juana
Flor:
no es Juana.
Yo
no espío
el
futuro por la cerradura, pero no me conformo
con
la aldaba, y profetizo: Platón, joven
Platón,
no existe su república, no hay
república
como ésta —pobrecita—, no hay
su
Rusia ni hay tal nada.
Sólo
siento
por
el ángel que se está desplumando,
ya
casi parece hombre, desnudo
el
desplumado. Sí me iría a donde
pudiera
nacionalizarme de feliz.
Total,
ya he pagado, vecino.
Si
no fuera
por
usted, estaría solo, y si llora,
mi
dichoso, ¿a quién me agarro? ¿Cómo
podría
matarme antes de morir?
Mañana
hay
un paseo macanudo, con terrestres
cariñosas,
por acaso las lunáticas.
¡Viva
mi
Partido, carajo! No sé en dónde
puse
la llave con que abro en donde muero
con
atraso.
Perdón,
señores, ya recuerdo.
Nadie
parece que me llamo.
De: "Las ocupaciones
nocturnas", en Los cuadernos de la tierra
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