Canto de primavera
Para una muchacha negra de
talón rosa
I
¡Cantos
de aves se elevan diáfanos en el cielo primitivo,
El
aroma verde de la hierba asciende, Abril!
Escucho
el aliento de la aurora conmovida, las nubes blancas
de
mis cortinas.
Escucho
el canto del sol sobre mis postigos melodiosos.
Siento
como un aliento el recuerdo de Naët sobre mi nuca
desnuda
amotinándose.
Mi
sangre, a mi pesar cómplice, murmura en mis venas
Eres
tú, amiga mía — ¡Oh! escucha la respiración ya cálida
en
el abril de otro continente.
¡Oh!
escucha cómo se deslizan escarchadas de azul las alas
de
las golondrinas migratorias.
Escucha
el aleteo blanco y negro de las cigüeñas en el
extremo
de sus velos desplegados.
Escucha
el mensaje de la primavera de otra época,
de
otro continente.
Escucha
el mensaje del África lejana y el canto de tu
sangre
Escucho
la sabia de abril en tus venas cantar.
II
Tú
me has dicho:
—Escucha
amigo mío, lejano y sordo, el gruñido precoz
del
ciclón como un fuego rodante de maleza.
Y
mi sangre grita de angustia en el abandono de mi cabeza
demasiado
pesada y entregada a las corrientes eléctricas.
¡Oh,
allá la tormenta súbita, es el incendio de las costas
blancas
de la blanca paz del África mía.
Y
en la noche donde truenan los grandes desgarrones de
metal.
Escucha
más cerca de nosotros, sobre trescientos kilómetros,
los
aullidos de los chacales sin luna y los maullidos
felinos
de las balas.
Escucha
el rugido breve de los cañones y los barritos de
los
paquidermos de cien toneladas.
¿Es
aún el África esta costa móvil, este orden de batalla,
esta
línea larga y recta, esta línea de acero y de
fuego?...
Mas
escucha al huracán de las águilas-fortalezas, los
escuadrones
aéreos tirando a las artillerías
Y
fulminando a las capitales en un instante de relámpago.
Y
las pesadas locomotoras saltando por debajo de las
catedrales.
Y
las soberbias ciudades arden, en llamas más amarillas
que
la hierba de la maleza en época de estío.
Y
he aquí que las altas torres, orgullo de los hombres,
caen
como los gigantes de los bosques con un ruido de
demolición.
Y
he aquí que los edificios de cemento y acero se funden
como
se derrite la cera a los pies de Dios.
Y
la sangre de mis hermanos blancos hierve por las calles,
más
roja que el Nilo — ¿abajo qué cólera de Dios?
Y
la sangre de mis hermanos negros, los Tirailleur
senegaleses,
de la que cada gota derramada es una
punta
de fuego en mi flanco.
¡Primavera
trágica! ¡Primavera de sangre! ¿Es este tu
mensaje,
África?...
¡Oh!
amigo mío — ¡Oh! ¿cómo escucharé tu voz?
Como
ver tu rostro negro tan dulce a mi mejilla morena a
mi
alegría morena.
¿Cuándo
tendré que taparme ojos y oídos?
III
Yo
te he dicho:
—Escucha
el silencio bajo las cóleras llameantes de la
tormenta.
La
voz del África rasgando el suelo bajo la rabia de los
cañones
de largo alcance
La
voz de tu corazón, de tu sangre, escúchala bajo el delirio
que
encabezan tus gritos.
¿Tiene
acaso la culpa si Dios le ha pedido las primicias
de
sus cosechas,
Las
más bellas espigas y los más bellos cuerpos, elegidos
pacientemente
entre mil pueblos?
¿Tiene
acaso la culpa si Dios hace de sus hijos las varas
que
castigarán la soberbia de las naciones?
Escucha
su voz azul en el aire limpio de odio, mira al
sacrificador
verter las libaciones al pie del túmulo.
Ella
proclama la gran emoción que hace temblar los cuerpos
con
el aliento cálido de abril.
Ella
proclama la espera amorosa de la renovación en la
fiebre
de esta primavera.
La
vida que hace dar vagidos a dos niños recién nacidos
al
borde de una tumba hueca.
Ella
dice: tu beso es más fuerte que el odio y la muerte.
Veo
en el fondo de tus ojos turbados la luz ostentosa del
verano.
Respiro
entre tus colinas la embriaguez dulce de las
cosechas.
¡Ah,
este rocío de luz en las aletas estremecidas de tu
nariz!
Y
tu boca es como una yema que se hincha al sol,
Y
como una rosa color del vino añejo que se dilata al canto
de
tus labios.
Escucha
el mensaje, amiga sombría de talón rosa.
Escucho
tu corazón de ámbar que germina en el silencio
y
la primavera.
París, abril de 1944
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