EN
LA NAVE ARQUEADA, SOBRE LAS TRANQUILAS
aguas
verdes, fui de nuevo.
Era de nuevo el guerrero
que viajaba
bajo
los párpados, traspasando nubes.
A
veces me asomaba para verme verde,
con vestido
de algas
jugando
con hojas submarinas.
Iba
por una pupila, montado en un hipocampo; luego
volvía
por cabellos de largas jornadas, por hilos
de
noche polar.
En
la nave arqueada como una lira.
Sonaban
los cordajes, flancos de mujer
se
curvaban a ser música, duras velas henchidas
impulsaban
la ruta colgada de una estrella.
Iba.
Era.
El sillón de ruedas sirve todavía.
Sobre el puente
es
grato ver peces voladores
salir
del abismo un segundo irrespirable
para
volver a caer en la marea de días
y
noches.
Los ahogados
saben
de esa vasta lentitud giratoria,
de
ese pozo verde y oscuro en que descienden
como
un rayo de luz.
Es
grato ver, tullido, un cielo nuevo,
ilusiones
de movimiento en el horizonte inerte.
Pensar
que se viaja cuando se está fijo
como
un navío en el ojo que cierra el horizonte.
Senos
de niebla, caderas que enviaban notas
saladas
en forma de gaviotas.
En la proa, una mujer herida.
Ahora
vuelvo, vuelvo a los mismos días,
a
las mismas noches como un ahogado que desciende,
como
un pez ahogado que asciende por el aire
a
caer en el cielo.
Ahora
vuelvo
por
un río muy angosto, sin barca niña de remos
mas
bañado de verde.
(Aún recuerdo tu gesto
como
de mirar a un ciego, a una música, tu gesto
como
de aproximar una flor desnuda al transeúnte
detrás
de verdes que no ven.)
Vuelvo
en un barco de papel
y
caigo por tus ojos.
Tú
acaso no lo sepas,
Isolda.
De: “Da capo”
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