La anunciación
La miro desde el agua: viene a ofrecerse en
la fornicación del nombre. Dibujo su sombra, le hablo a lo negro del oído.
Amarga: No te toco. Acaso el ojo sólo deba verte y regresar.
***
Quise conocer la exultación de su carne. Por
ella cubrí mis caderas con sedas de oriente, fortalecí mi cuerpo, rodé mi vida
en torno de su gracia.
Por ella aprendí a rezar.
Quise sus ojos, depravarme en sus cuidados,
sacrificarle carneros. Y le agradaron mis costumbres: bebió de mi mano, se
ocultó tras mis zarzales, durmió bajo el castaño de mi casa y una noche se posó
en mi borrador.
Trazó unos signos, me mostró el camino que
conduce a la muralla y al dibujar sobre el papel una ciudad se perdió en las líneas
como un perro imaginario.
***
La cubrí de unciones, le di leche de cabra,
le entibié pócimas en el caldero. Puse amapolas en su lengua, inyecté en sus
pupilas mis visiones, apreté contra su mano una semilla. Aquí está la utopía
del árbol, le dije, pero ella se negó a hablar.
***
Cuando se anda a pie quebrado y se encabalga
en línea recta hacia el sendero donde el yambo ofrece su verdor, se llega a
dominar el borde. Desde ese punto el descenso brilla y se dilata. En todos los
sentidos la cumbre apunta hacia el vacío.
De:
“Vísperas”
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