martes, 11 de agosto de 2020

PEDRO LUIS MENÉNDEZ





II



En los pardos santuarios se refugian los días de tormenta
donde el gris se apelmaza irremediable
abrazado a los muros que cuartean los siglos de la plata y el barro
para orar neciamente letanías que nunca susurran las gaviotas
cuando los alcatraces morando en las espumas del aire que no cesa
estrechan el silencio de las horas moradas
contra el puerto aterido que atenaza la noche
Si recuerdan es árbol que talaron ancianos de otra faz diferente
corazón de madera que suplica a las vigas su premisa insalvable:
no haya fin en el tiempo que amarán los arpones
ni siluetas heridas por la sed que arrebata las espinas dorsales
y arrebata los hombres
No haya fondos ignotos de ceniza cobarde amasando las costas
No haya tiernos abrigos en el fin de la tierra
Quietas las estelares trabazones de engaños
ciegos a las derrotas firmemente trazadas
islas de pedrería
mascarones tensados del salitre en la sangre
¡cuánta pura caricia de llegar hasta el centro!
desde las ensenadas como garfios del grito
paz sin paz verdadera
alquimistas del tálamo
agoreros del eco
quiera el mar cada poro de regreso y de cuerda que se cruza
y se anuda
Quiera el mar astrolabio de delfines errantes
y una copa de viento que se ciña al velamen
Quiera el mar aún la vida
que deparan los dioses de la aurora azulada
el rojizo deslumbre de pupila en timones
la tripulación lenta de la calma en el rumbo
Quiera el mar no haya fondos de salinas erráticas
donde el fin se apelmace irremediable
abrazado a las bordas que cuartean los siglos


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