Trozos de sol
La
tempestad ha comenzado a grabar su nombre sobre el polvo.
Tengo
hambre, tengo dolor, tengo tristeza,
tengo
un deseo profundo de confundirme con el mar,
de
integrarme a la piedra,
de
perderme en el aire podrido de la ciudad.
Quiero
tocar la fuente del rayo.
He
visto la luz postrada.
He
visto sonrisas para estrangular.
He
visto una flor roja en la sien del Enemigo.
Sé
bien que la Mujer, viendo hacia atrás,
alcanza
a ver más lejos hacia adelante.
Lo
sé bien: una mujer desnuda
hace
brotar un dios en cualquier miserable.
Al
pie de un cerro cruel
hay
una piel colgando de un árbol espinoso:
alguien
sube a ofrendarse para glorificar tu nombre, oh Diosa.
Un
día me dio por escuchar los ruidos de la noche.
Por
eso estoy aquí.
Miradme:
desolado.
Una
ele nomás y heme aquí: desollado.
He
soñado.
Sueño
que una soberbia estrella de diamante quema mi corazón.
Sueño
en caer.
Sueño
una lenta noche precipitándose conmigo
hasta
la boca del Infierno.
Hasta
la última roca desolada.
Soñé
que mi corazón era mi Madre.
Soñé
que mi cerebro era mi Padre.
Soñé
que mi mujer era la Noche.
Mi
hermana era la Muerte.
Mi
corazón oscuro era el Viento del Sur.
Por
eso pude alimentar el día.
Por
eso tengo el corazón deshilachado. (Altura, Madre, Altura!)
Por
eso arrojo estos poemas al crepúsculo:
trozos
de sol,
como
monedas sucias.
De: “Partes un verso a la mitad y
sangra”
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