Pensando
en Phena al saber su muerte
Ni
una raya suya tengo,
ni uno solo de sus cabellos,
ninguna señal de sus años de señora de casa que
me ayude a imaginarla;
y en vano urgo los ojos cerrados
a concebir mi premio perdido
cerca de ella, que conocí cuando la luz le derramaba de los
sueños
y, de los ojos, las risas.
Qué
paisajes rodearon sus últimos días:
tristes, turbios, brillantes?
¿Sus dones y bondades enmarcaron de estallido a los suyos
dulces caminos
con dorada aureola?
¿O declinó la luz vital de sus años
y las desdichas guiaron
su estrella? ¿Niegos o reparos, presentimientos o miedos
¿le desennobleran el alma?
Así
pues, sólo el espectro retengo de la chica de antes,
como reliquia;
y quién sabe si, con lo mejor de ella dentro de mí,
no sea preferible
que ni una raya suya tenga,
ni uno solo de sus cabellos,
ninguna señal de sus años de señora de casa que
me ayude a imaginarla.
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