martes, 28 de enero de 2025

KRISTÍN DIMITROVA

 

 

 

Viaje



Pronto subiremos de nuevo los dos al autobús.

Aquí es una ciudad nocturna en la cual no hemos estado,

ni estaremos. La gente ha abandonado ya

las calles, pero las farolas continúan arrojando

círculos amarillos sobre las aceras relucientes.

Hay una soledad que procede del hecho de estar en ningún lado

y otra que procede del hecho de estar en el nunca:

ahora estamos juntos.

La casa permanece desvestida. Delante de nosotros es de noche.

Ahora somos nuestra finalidad.

Ahora somos el verbo de la oración, mientras que los sustantivos

van volando junto a los cristales del autobús en duermevela.

En la lejanía brillan de tiempo en tiempo los depósitos de una nueva ciudad,

adormecidas grúas portuarias, tanques

de una cervecería, silos, chimeneas

con la advertencia de sus ojos escarlata en la cúspide

y algún anuncio rosado de un motel al borde del camino.

“Rinconcito acogedor”.

“Refugio tranquilo”.

Mejor escriban en neón bajo el nombre “Estoy solo

y no sé adónde encaminarme”. “Estoy sola y quiero

quedarme aquí.”

Pasamos junto a ustedes y nuestra vida se alarga

en huellas extensas y transparentes. No pesa. No estorba.

Somos ingrávidos.

Entre nunca y ninguna parte el bocadillo reseco produce certeza

y un nudo en la garganta. Mi vecino de asiento está durmiendo.

 

 

De: “En una de las paradas del tiempo”

Versión de Reynol Pérez Vázquez.

 

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