Que
tanto…
Que
tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que
se pierda
tanto
increíble amor.
Que
nada quede, amigos,
de
esos mares de amor,
de
estas verduras pobres de las eras
que
las vacas devoran
lamiendo
el otro lado del césped,
lanzando
a nuestros pastos
las
manadas de hidras y langostas
de
sus lenguas calientes.
Como
si el verde pasto celestial,
el
mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que
tanto y tanto amor
y
tanto vuelo entre unos cuerpos
al
abordaje apenas de su lecho, se desplome.
Que
una sola munición de estaño luminoso,
una
bala pequeña,
un
perdigón inocuo para un paro,
derrumbe
al mismo tiempo todas las bandadas
y
desgarre el cielo con sus plumas.
Que
el oro mismo estalle sin motivo.
Que
un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se
destroce.
Que
tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto
imposible amor inexpresable,
nos
vuelva tontos, monos sin sentido.
Que
tanto amor queme sus naves
antes
de llegar a tierra.
Es
esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños,
animales domésticos, señores,
lo
que duele.
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