Abres la boca y miras
dentro
con
la firme voluntad
de
entender algo. Debe
de
estar allí escondido
el
sordo repicar
de
tanta angustia un reloj
una
máquina de ritmo
impertinente
que
te ata con esta
extraña
fuerza
a
la cordura.
Desde
hace algún tiempo
visitas
con frecuencia
la
mentira y su oscura
catedral.
Y sería
faltar
a la verdad decir
que
no te has familiarizado
poco
a poco casi
sin
saberlo
con
esa falta de exigencia
hacia
ti misma
con
ese rumor constante
que
brota fieramente
de
la grieta
que
ahora llevas en la cara.
Te
has dejado ir como
quien
baila con delicadeza
una
música indescifrable
y
de pronto
advierte
que
se encuentra
en
la otra punta de la sala.
Ahora
con
el cuerpo aborrecido
con
la piel
transida
de inminencia
contemplas
con pavor
y
en ángulo perfecto
de
setenta y cinco grados
esa
última fisura
que
queda por colmar.
La
culpa es una forma de avaricia
un
modo agotador de atesorar virtud.
Ya
no sé qué es máscara
y
qué es rostro.
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