Plegaria
para la estación de los ciclones
Me
dijeron: de alguna forma Dios sangra en todas las tormentas.
Y
a su carne le rezo,
a
las palmas broncíneas de su dolor les rezo,
porque
toda oración es un complejo de poema,
porque
todo poema es un cuerpo desnudo y un hechizo y la magia
es
el nombre de pila del Señor.
No
importa cuál de todos. Las cóleras de todos los dioses
se
parecen.
Me
dijeron: no importa que tu sudor sea invisible,
también
para los celtas negros de corazón habrá un hueco en el arca de Noé.
Y
me pasaré agosto rezándole a los cuellos mansos de las jirafas,
nubes
como palmeras. Quisimos abrazarnos
igual
que sus raíces, pero la luna salió de su volcán y nos jugó una mala fábula,
tenía
un zorro dentro y no soltaba el cáncer
de
la fruta con látigos.
Yo
le rezo a los látigos, la sangre de los látigos
y
la leche de coco en los látigos de amamantar panteras.
Yo
le rezo a la lava.
Yo
le rezo al café.
Yo
les rezo a las aspas milagrosas de los ventiladores sin precio de los bazares
árabes de Basse- Terre.
Yo
les rezo a la lima y a los borrachos de los embarcaderos, una sola mirada
y
adivinan cuántos besos con lengua
has
dado en tu vida y cuántas veces cerraste
los
ojos para darlos,
cuántas
monedas te enferman todavía los bolsillos.
Yo
le rezo a las olas con tiburón y a las cucarachas y a Vishnú.
Me
dijeron: puedes tener miedo. Rézale al miedo.
Y
eso hago. En la noche inundada, de rodillas,
voy
rezando mi vida en Duracell, que es un santo y el nuevo criollo
de
los blancos con padres superhéroes barbudos, padres que daban rabia
y
están lejos y a quien pedir perdón
y
conocer-
amar
antes
de no morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario