domingo, 15 de junio de 2014

ALEJANDRO LAVQUÉN


 

Cotidiano

  

Los hombres despiertan como despiertan cada día. Se levantan.
Lavan su rostro y beben café, los que tienen como beber café.
Los hombres empañan los vidrios de los autobuses.
Piensan en su paso por la vida, o quizá, en la vida sobre sus pasos.
Los hombres caminan. Los animales caminan.
Pero los hombres son hombres y los animales son animales.
Todo es normal:
La artillería de pocos hombres se derrama sobre los corazones
de muchos hombres.
El romanticismo de la luna paga sus pecados al Banco Mundial.
Sierras eléctricas extirpan el verde de la tierra.
En Londres, el Big-Ben da la hora.
En New York, la estatua de la libertad sostiene su antorcha de piedra.
La codicia desgarra los estómagos africanos.
El tigre asiático engorda con el sudor engrillado de los rebaños.
Voladores de luces, como esperanzas bíblicas, inyectan dosis mortíferas
de apatía y carnaval en las conciencias congeladas.
¡Tengo hambre!..., reclama un despistado. Una beata se persigna.
Los ríos se asfixian en América, al igual que una canción en la voz
de un tuberculoso.
La suerte rezonga en los hipódromos, la lotería se duerme para despertar
un próximo domingo.
"El azar y la miseria, son directamente proporcionales a la cesantía",
razona un intelectual.

 

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