jueves, 7 de mayo de 2015

THELMA NAVA


 

Verano en la ciudad
 
a la memoria de José Carlos Becerra

 

I

Los árboles nocturnos crecende pronto sobre
    nuestros pasos.
Cuando la luz descubre su presencia los desnuda y
    los puebla de voces
las voces de la noche y sus amores.
El agua juega entonces con el agua y regresa a sí
    misma
como un amor de siempre que retorna o un
    estremecimiento recobrado.
A lo lejos el agua forma figuras y silencios.
La noche inventa juegos que el día no entiende ni
    logra jamás recuperar
y nos devuelve a nuestro exilio.

Crece la noche como los besos en los labios
como la yerba crece,
los pasos y las formas de los cuerpos
el rumor y las voces de los cuerpos.
O nuestro corazón de pronto sorprendido.

Una pareja pasa sin mirar a nadie
en el instante en que un hombre en cualquier sitio
se entrega a lo desconocido.

La noche silenciosa abierta al olor del verano
suda viento y deseo bajo los rojos reflectores
cuando el amor y sus actos son sencillos como
    en todo principio.
 

II

                                                            Lo profundo es el aire...
                                                                            Jorge Guillén
 

He de nombrar a noche, la levedad del aire.
De lo que nadie habla, de lo que se respira
y aturde los sentidos
                                        panteras de ojos húmedos
como el aire que duele inalcanzable
perseguido en la otra ciudad
                                        en la antigua
la de nombre de piedra.

He de nombrar la luz que estalla bajo el sueño del
    agua,
el aire que recorre todas las soledades
y atraviesa la mirada del vendedor de objetos
    inútiles.

La mariposa gigantesca se pliega al árbol que la
    posee en la sombra.
El vaivén de sus alas toca la eternidad y la destruye
mientras el árbol agotado jadea sueños como frutos.

El aire avanza lento, levanta olas de arena, lame
    cuerpos que pasan.
Atrás quedan los pasos, inciertos, furtivos o firmes
    pasos de quien camina la ciudad
seguro de amanecer en el sitio de siempre.

El aire levanta voces como sombras de agua,
las oculta detrás de cualquier puerta. Y sucumbe.

Se adormece en la noche.
Vivo Vivaldi asiste a la boda del aire.
Caminamos
navegantes de noches apretadas y ávidas
deshabitadas noches de muslos acechantes.
Lo sabemos
cualquier ciudad del mundo es solitaria
                                     a las 4 de la madrugada.

III

Esa presencia de lo humano en la lluvia como una
    jadeante respiración de amor,
esa presencia de la lluvia cuando llega el otoño.
En las manos aún el color de la tarde, la boca del
    verano
delatándonos, habitantes silenciosos construyendo
    el instante de las azoteas
en los suburbios donde el viento camina como por
    su casa.

Canción del viento que se llevó la lluvia,
guitarra sola y silvestre, desnuda y sola para la hora
    del amor, presencia urgente
en este sitio en que se muere a diario.

Labios febriles de pronto apaciguados. Luna del tigre
    buscándonos, cercándonos.
Hombros estremecidos de veranos-tortuga.
Amor de la tierra que no conoció el mar pero sí
    el pie desnudo,
jamás la libertad, pero sí la palabra decisiva.

Las calles de esta ciudad ¿qué nombre tienen, qué
    nuevos árboles, qué huellas de amor sobre su rostro?
Cerca de nuestra sangre, insomne rosa, el corazón
    del hombre no descansa.

Estamos nuevamente en tus orígenes,
ciudad amada
                          para siempre indefensa bajo la lluvia.

 

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