1
Hoy, cuando vuelvo apenas del reino de las sombras,
y de nuevo las cosas son seguras,
oh muchacha, te he visto.
Y ya sé que no entiendes en mis ojos
su hondo gesto de náufragos, su angustia, sin motivo
si la mañana es clara y somos jóvenes.
Yo no sabría hablarte del reino de lo oscuro;
de la noche, del miedo, del demonio y la muerte.
Ay, yo no sé decir lo que me mata,
esta luz en las cosas y en la vida,
este anhelo de algo
que soñé no sé dónde, y me consume
y me aparta de ti.
Por eso me mirabas extrañada,
conteniendo tu aroma
como la flor que ve pasar al toro.
Tú eres lo que he perdido. Y no me entiendes.
Tienes la misma luz de mis sueños eternos.
Y al mirar hacia ti, como al hogar de niño,
sé que te doy terror.
Yo, junto a ti, soy como
la tiniebla nocturna que llama a las ventanas
aterrando a los hombres;
y lo cierto es que llora y quiere solamente
entrar al dulce amor, al fuego diminuto,
a la luz ya la dicha con orillas
de que fue desterrada en el principio.
Me llevaré tu imagen solamente.
Tú no puedes saber lo que vale un recuerdo,
una imagen suavísima a través de los años,
que apenas recordamos cómo era,
pero, de pronto, surge en medio de lo triste,
como un dulce relámpago;
no con su rostro, no con sus facciones,
sino con una mezcla de sonrisa y mirada
en forma de luz de oro,
de luz de dicha antigua, de inocencia,
de lo que no hallaré, del fondo de mis sueños;
luz de origen, de Dios.
2
Siempre en mí quedarás de esta manera:
con una claridad de mañana de octubre
remansada en rincones,
con tu suave luz de oro, yesos ojos
que me miran con desconcierto de ave.
Tú te irás por la vida;
cruzarás muchos ríos, luminosos y oscuros,
estarás triste a veces, otras veces alegre,
algún día gozando, casi eterno, el instante,
y otro día volviendo tus brazos al recuerdo.
Verás paisajes, muertes, primaveras, ciudades,
yesos ojos de ahora tendrán luz de nostalgia
como un salón vacío en el ocaso.
Pero en mí serás siempre igual; eterna,
a salvo de los años y la muerte,
siempre rubia y dulcísima,
con esa claridad de mañana de octubre.
3
Ahora, cuando vuelvo del reino de lo oscuro,
y quiero hablar, coger, ser hombre entre los hombres,
oh muchacha te he visto.
El suelo es firme, sí. Pero ya he de estar solo.
Me queda únicamente el amor de la tierra,
el beso de la tarde, la mirada de un perro,
el paisaje, que vuelve a ser amigo,
con el viento sonando a lo lejos a Dios,
con vago olor a Dios...
Por eso, extraño y alto,
lejano como un astro, deshabitado y frío,
serenamente triste, te contemplo,
como el último rayo del poniente
que enciende, aún, la copa de aquel árbol
y se aleja a alumbrar otras tierras felices
de tejados brillantes y de hombres sin angustias,
mientras viene la noche y estoy solo.
De "Nuevas elegías. Anticipo"
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