domingo, 10 de enero de 2016

BRENDA RÍOS



  
Queriendo morir



Ya que lo preguntas, la mayoría de los días no puedo recordar
camino con la ropa puesta, sin marcas por ese viaje.
Entonces la casi innombrable lujuria regresa.

Incluso entonces no tengo nada contra la vida,
conozco bien las hojas de hierba que dices,
el mobiliario que has puesto bajo el sol.

Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.
Como carpinteros quieren saber qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir

Dos veces me he confesado de manera sencilla,
he poseído al enemigo, he comido al enemigo;
he tomado su oficio, su magia.

De esta manera, tan seria y considerada,
más caliente que  agua o aceite,
descansé, babeando por el agujero de la boca.

No pensé mi cuerpo como encaje de aguja,
habían desaparecido incluso la córnea y los restos de orina.
Los suicidas ya han, de hecho, traicionado al cuerpo.

Nacidos muertos, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían sonriendo.

¡Meterse toda esa vida bajo tu lengua!
Toda ella por sí sola se vuelve una pasión.
La muerte es un hueso triste, estropeado, dirías.

y aún así me espera, año tras año,
para deshacer cariñosamente una vieja herida,
para vaciar mi aliento de su mala prisión.

Balanceados ahí los suicidas algunas veces se encuentran,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
dejando el pan que confundieron con un beso.

Dejando abierta, con cuidado, la página del libro,
algo sin decir, el teléfono descolgado,
y el amor, lo que haya sido, una infección.




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