martes, 29 de marzo de 2016

EUGENIO DE NORA



  
Canto al demonio de la sangre



Una vez más tu látigo de fuego,
¡déspota de la sangre! , y adelante.
Tu música brutal de mar furioso
que el mundo toca, ¡y adelante!
¡Oh Capitán! Tú sabes que en la sombra
velé y velé mi guardia, cada noche,
y que nunca cedí. Que el medio día
no sonó a calma para mí. Que siempre
que tu voz me llamó, presente estuve,
pronto a mí guerra. Que la primavera,
rosa o mujer, no adormeció mi anhelo:
tú sabes, Capitán, que el mundo es breve
para tu voz Y para mi destino.

Y, por eso quizá...

                                    Es madrugada,
Y un divino claror inunda el aire:
era violeta, es rosa. .., dime, dime,
¿dónde está lo que fue, quién lo sostiene?
         Yo miro los colores que suceden
en el aire sereno, ahora que salgo
vencedor de la noche. ¡Alerta, alerta!
Miro el matiz aquél: oro entre rosa,
y siento así temblar mi vida leve.
Mi Capitán, mi espléndido Tirano,
¿cuál es tu voz; serás cuando yo huya?
¿O eres quizá inmortal?...
                                     Pero tu sangre
es mi sangre, tu voz mi voz, tu impulso
es sólo mi apetencia.
                                    Y yo he de irme.
Lo sé, bien sé: como el dolor violado
abandona esa tenue, tenue nube,
como el agua que fluye entre los juncos,
o el racismo cumplido en el otoño...
Un día me iré. ¿Cuál es nuestro destino?

¡Oh Déspota, tú apremias el mandato,
tu alto azote de mar, tu ardiente tralla!
¡Hay cumbres a escalar en donde el viento
ciñe de gloria la irradiante frente!
¡Guerras en que esgrimir, como una espada,
la voluntad de amar a hachazos ciegos!
¡Apetencia de ser! ¡Amor! ¡Los labios
aún vírgenes al beso donde el rojo
no es color, sino vida! ¡Criaturas
de belleza mortal! ¡Perenne gloria!
¡Ser! ¡Y ser más!
                             Tu látigo, Tirano,
restalle bien. Eso es la vida. ¡Sigue!

Pero luchar, amar, poseer la gloria,
¿es madurar el hombre hacia lo eterno?
¡No es vida, mi Demonio, lo que pido;
quiero inmortalidad y permanencia!
    ¡No! Sólo a Dios, a Ti, mi Dios oculto,
mi silencioso Dios, es a quien quiero,
¡Tú, mi Libertador!

                              Nunca el tirano
restallaría su látigo en mi sangre
si ella creyera en Ti como yo creo.
Pero la sangre es monte y viento y mar,
es loba, o savia de la tierra ardiente,
y ama su carne, mi Señor, la forma
que el tiempo nutre, la belleza vana.
      Más Tú lo sabes, Dios. Que no te olvido,
que a tu gloria combato. Que si amo
a mi sangre, a las dulces criaturas
que, de sangre también, hacen tu mundo,
es por tuyas, mi Dios. Dame el destino
de confiar en Ti, y cuanto haga
según mi sangre mientras dure el tiempo,
en tu gracia florezca.
                                ¡Entonces llega,
oh Capitán de fuego, y nunca cese
tu mandato imperioso, y mi batalla!
Quiero creer, ¡También la vida es santa!
Y aunque vano es el mundo y sus criaturas,
y es Dios quien quiero que jamás me olvide,
¡Déspota, ordena! Y que mi amor disperso
me dé inmortalidad y permanencia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario