Cuando
vuelven los días
No es
mi flaca alegría la que empuja otras voces
a
poblar las veredas en los días de fiesta,
pero
sube al mirarlos algo que se asemeja
a ese
aliento que sana. No soy quien
para
juzgar cualquier intento
de
hacer de una manada un pueblo,
mis
derrotas deben morir conmigo, es vileza
alimentar
el odio propio con esperanza ajena.
Ellos
pueblan de niños, ladrillos y paredes
y
ropa colgada al sol y cocinas humeantes
y
madrugadas limpias, las calles de un barrio
cuyos
límites ya no reconozco.
Ellos
brotan sin tutores de ninguna especie,
y no
piden permiso ni viven de prestado,
apenas
tienen llave y contrapiso,
apenas
un umbral, un patiecito,
dueños
de rabias propias y desprecios ajenos,
de
solidaridad callada y plena, pelean,
por
las buenas o no, pelean cada día.
Hay
un sol que apenas los alumbra y salen
a
festejar la vida.
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