Claros del bosque
No me respondes, hermana. He venido ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya
mucho en salir de aquí. Porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es
sólo la tumba donde te han arropado viva. Y viva no puedes seguir aquí; vendrás
ya libre, mírame, mírame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora sí, en una
tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad
nueva, donde no habrá ni hijos ni padres. Y los hermanos vendrán a reunirse con
nosotros. Nos olvidaremos allí de esta tierra donde siempre hay alguien que
manda desde antes, sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del
todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la soñé, estuve en ella, moraba en ella
contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando.
En ella no hay sacrificio, y el amor, hermano, no está cercado por la muerte.
Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él. No hay más que amor.
Allí el amor no hay que hacerlo, porque se vive en él. No hay más que amor.
Nadie nace allí, es verdad, como aquí de este modo. Allí van los ya nacidos,
los salvados del nacimiento y de la muerte. Y ni siquiera hay un Sol; la
claridad es perenne. Y las plantas están despiertas, no en su sueño como están
aquí; se siente lo que sienten. Y uno piensa, sin darse cuenta, sin ir de una
cosa a otra, de un pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un corazón sin
tinieblas. Hay claridad porque ninguna luz deslumbra ni acuchilla, como aquí,
como ahí fuera.
De: "Los hermanos" en La
tumba de Antígona
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