Mañana errabunda
Mas sin esas gallinas del suburbio
que en las encrucijadas de las calles
picotean y son dueñas por entero
del podrido e hirsuto basurero,
el pueblo no tendría
su fisonomía.
Quieren quitar de la esquina de la plaza
el añejo portal:
El portal tres veces secular
donde en un puesto de mercadería
muchas generaciones han vendido
herrajes viejos y quincallería.
Mas sin aquel portal,
según el entender de mi porfía,
el pueblo silencioso va a perder
su fisonomía.
La gran plaza,
el portal,
la soledad perpetua de las calles;
y hacia allá,
más,
aún más,
las tapias cenicientas del suburbio
y algún canto perdido de torcaz.
Y en el azul impávido del cielo,
como un negro tatuaje,
los tristes zopilotes de ala muerta
que son como la firma del paisaje.
Mis devociones por las cosas viejas:
las retorcidas rejas,
los cerrados balcones,
las certeras visiones que me agencio:
La ciudad toda entera,
como una compotera
colmada de conserva de silencio.
Los rotos y vetustos caserones,
consejas, misticismos, tradiciones:
una vejez abuela y polvorienta
que pasa santiguándose en su inopia...
Sin el convento que en el río se copia,
sin el halcón que silencioso acecha
posado en la alta cruz de la Parroquia.
Sin todas estas cosas,
sin toda esa quietud injerta en rosas:
sin toda esa poesía,
faltará al pueblo su fisonomía.
De: “Voces de órgano”
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