El ángel
Se
vestía de blanco (tenía
cierta
fijación –más bien rústica–
por
la metáfora).
“Todo
ángel es terrible”, decía
y
cerraba el negocio.
Las
mujeres entornaban los ojos
para
entender mejor.
Pobres,
feas, de las que se cambian el nombre
por
Rosemary o Jacqueline y coleccionan muñecas.
Yo
era una tipa fuerte y andaba con él,
habría
sido una puta perfecta
pero
iba a la universidad.
Tampoco
me pidan que sea un ángel.
El
cuento es que volaba,
volaba
porque ese verso
–“Todo
ángel es terrible”–
era
su retrato fiel.
El
mensajero del Oriente,
de la
aspirina y el bicarbonato,
pensaba
yo, y volaba también
mientras
en la vereda
todo
sucedía con naturalidad:
“este
soy yo y esto es lo que hago”.
Canturreaba:
“te ofrezco lo mejor de mí…”
¿Estaba
suficientemente alerta?
¿Miraba
cuando el ángel volteaba
los
espejos para la degustación?
¿Entendía
tanta mirada oblicua
si la
cosa se ponía caliente de verdad?
Asuntos
de un oficio terrible, me decía,
de la
ira de Dios.
¿A
qué temer? Después de todo,
no
hay nada que te mate dos veces.
Debería
contar esto alguna vez.
Pero
contarlo mejor, contarlo bien.
Porque
sé que es algo que nadie
buscaría
recordar jamás.
Porque
sé que todo ángel es terrible.
Y yo
no soy un ángel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario