olores de jazmín, acanto y nardos,
quaxad los aires y cubrid los cardos
destos lugares de sepulcros feos.
Después que derribaron mis trofeos
las prestas Parcas y los hados tardos,
no parecen los cielos, de mil pardos
turbios velos que quaxan mis deseos.
Quiera la magestad del que gouierna
la diuina y humana pesadumbre,
que adorne su beldad tu simulacro.
Dixo Damón, y oyó su endecha tierna
Iúpiter, y, tronando en la alta cumbre,
Iris resplandeció y el cielo sacro.
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