sábado, 23 de diciembre de 2017

CARLOS MARIANIDIS




Pequeñas cosas



Lo conocí en la escuela.
Nos prestamos la infancia,
el banco, los recreos,
el sol del mediodía,
los vuelos del regreso a su casa,
a la mía
y compartimos tardes
de olímpica vagancia.
Jugar durante horas,
aun cuando llovía,
pelearnos con un gesto
de estudiada arrogancia,
lanzarnos mil abrojos,
con cruel beligerancia
y pedazos de tierra
hasta que anochecía.
Tirarnos en el pasto
y sentir la fraganciade
la menta aplastada...
Y ahora, a la distancia,
me pregunto por qué no guardé,
de algún día,
un puñado de abrojos,
de los tantos que había,
o un trébol,
o un cascote con marcas de alegría.
Era mi amigo.
El resto... no tenía importancia.




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