Invitación a navegar
"Navigare necesset
est"
Cuándo,
cuándo llegará el día
en
que me diga: es necesario
navegar.
Alista una nave
que
tenga un timón y un palo
para
colgar la vela nómade
que
ha de perderse en el mar ancho.
Mi
raza llevaba en la frente
el
imperativo mandato.
Después
lo grabó en su escudo
un
poeta que fue corsario,
y
puso un ángel con un remo
y
una torre que eleva un faro.
La
tibia noche de mi infancia
oyó
una historia de naufragios
en
que mi abuelo, que tenía
un
corazón de Ulises bárbaro
murió
de viejo en una isla
comiendo
dátiles dórados.
Vino
después el mar medido
con
el compás del verso clásico.
Indómitas
naves de Grecia
volaban
al naval asalto,
la
memoria toda ardía
con
la ciudad de los troyanos.
Rítmicos
grupos de mujeres
mi
adolescencia despertaron
en
forma de sirenas jóvenes
que
llamaban mi esquife raudo,
haciendo
sonar en su escollo
los
caracoles encantados.
Y,
en la dulce fiebre que flota
sobre
una noche de verano,
siempre
vi ciudades lejanas,
curvadas
a modo de un brazo,
para
estrechar un golfo donde
se
duplican faros fantásticos.
Y
este don del interno ritmo
que
ata palabras como ramos,
es
lejana reminiscencia
de
la marea, y de los cantos
que
entonan los viejos marinos
balanceándose
sobre el barco.
Pero
yo nací en una urbe
hecha
de granito y de mármol,
con
escudos de piedra tosca
que
unen la clave de los arcos,
y
llena de polvo y de huesos
como
un antiguo catafalco.
¡Lejos
del mar! Altas colinas
estrechan,
mudas, el ámbito.
El
tiempo mismo allí conserva
su
virtud de encaje plegado,
y
de la espada de un guerrero
cuelgan
los hábitos de un santo.
Cuándo,
cuándo llegará el día
en
que me diga: es necesario
navegar.
Alista una nave
que
tenga un timón y un palo
para
colgar la vela nómade
que
ha de perderse en el mar ancho.
Yo
partiré. Nubes alegres
me
trazarán un rumbo claro.
Se
esfumará la playa como
el
curvo vuelo de los pájaros
ya
sólo tendré delante
los
mil caminos del espacio.
Y
he de gritar: Adiós, ¡Oh tierra!
amasada
con polvo y llanto
bajo
la furia de tus cielos,
y
cruzada por ríos amargos
que
te ciñen a la cintura
el
viejo sayal de los campos.
Tú
me diste tu rojo vino
exprimido
en diáfanos vasos,
y
abriste tus follajes verdes
para
refrescar mi cansancio,
y
fuí tan rico bajo un árbol
como
un monarca en su palacio.
Me
labraste lechos de cedro
para
el amor. Bajo los astros
vi
mujeres de muchas razas
desnudando
su cuerpo blanco,
que
proyectaba sobre el mundo
la
sombra del dolor humano.
Corté
la caña que se alza
en
la ribera de los lagos,
para
cantar penas antiguas
o
venideros desengaños,
y,
sobre el cielo o el inferno,
cada
verso quedó temblando
como
con el peso de un ave
suele
doblarse un junco largo.
Ah!,
mas nada será bastante
a
detenerme. Un viento extraño
silba.
La bruma se despeja.
Clavemos
el mástil gallardo
para
colgar la vela nómade
que
ha de perderse en el mar ancho.
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