El ausente
Háblame
de las muchachas, háblame de aquellas
que
me esperan a la orilla de los muelles,
navío
tras navío anclado, después de la mañana.
No
te inquietes si el gallo del campanario
te
dice desde el este
que
los vientos de mala facción también se orientan
hacia
allá.
Háblame
de las que se quedan
inclinadas
en el balcón del mar
y
preguntan por mí
y
por las aguas donde ando.
De
aquellas que en las mañanas de bruma
mi
recuerdo arrebata hacia el puerto,
con
la esperanza de esconder mi rostro
en
el jadeo, arrullo del pecho.
Y
de las que me aguardan en las terrazas
vueltas
hacia el mar, ansiosas
en
una espera impasible de piedra.
Dime
si el sol les doró la cara,
si
con la primavera sus senos florecieron,
si
de los otros esconden el secreto
para
que yo lo diluya
en
madrugadas que se aproximan,
y
si guardan el mensaje bajo velos opacos
donde
la tibieza se refugia
y
en la tibieza el misterio.
¿Quiénes
son aquellas que a los lejos veo
señalándome
en el horizonte
y
qué mundo les habita la mirada?
¿Y
qué te recuerda esa ansiosa espera, a la puerta
del
mar,
por
mi retorno que se cumplirá en una fuga
movido
por los vientos vigorosos que soplan del sur?
Dime
si todavía existe el gran azul que las cubría
y
si ningún vientre creció en mi ausencia,
o
si alguna, después de mi tan prometido amor,
agotada
de esperar, casó.
Háblame
del color de sus insomnios,
si
habito en sus sueños,
si
todas las noches las poseo
y
si, cuando bailan, es con el ausente que bailan.
Si
cuando se inclinan en el descansillo de la escalera
y
me buscan por las playas largas y muertas,
no
temen que les robe la flor,
las
que flor traen.
Háblame
de las cartas que nunca me fueron enviadas
y
de los sollozos retenidos en los tinteros
en
las manos trémulas todavía de adioses ya tan
remotos
por
desconocer el paradero del ausente;
de
las que al asomarse a las ventanas abiertas
hacia
el muelle
suponen
encontrarme recargado en un poste,
esperándolas,
y
de las que, deshecho el engaño, al desnudarse
suspiran
por mí: Simbad.
De
Bangkok vengo, pasé por Borneo,
llegué
al Havre y conocí a Marie.
Había
mar también (¡oh nostalgia de Violante!)
bañando
las costas de España.
A
muchas prometí que casaría;
contigo
sólo, sin embargo, me casaré.
Y
debajo de tu cuerpo desnudo, entre sábanas de lino,
después
del amor, en las madrugadas, se levantará el
sol.
Muchas
veces te adiviné en la infancia,
en
las indelebles muchachas de los mosaicos.
Eras
azul en el vaso de porcelana.
Tus
cabellos, sólo de cerca vistos,
podré
decir si son o no
plumas
de mis sueños de niño.
Tus
mejillas parecen la orla de una isla
que
no existe, que jamás existirá.
Y
el hálito de tu amor no empaña los espejos
donde
me cristalizo.
Despierta
a mi amor, para mis manos,
para
el calor de mis muslos,
para
las noches que pasaremos en claro,
para
las noches en que no tendremos pasado ni
ambiciones,
las
largas noches en que nos olvidaremos
de
que los gallos cantan y hay madrugadas.
¡Oh!
¡Saber
que en lo desconocido existen tus
senos,
como un puerto que me espera!
1948
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