miércoles, 9 de octubre de 2019

JORGE ENRIQUE ADOUM





Minería



Yo no escogí este oficio: me tocó
al azar. ("¡No va más! ¡Colorado
el treinticuatro!". Y no tuve
remedio.)
El hombre, el suelo, ácida
su axila donde busco soluciones. Y no hallo
sino huraños minerales, nada sino
la piedra golpeada desde adentro, su pregunta
furiosa de dormida: "A quién busca, qué
quiere". No hay sino silencio
y los adictos a su secta clandestina.
A veces,
al cavar, recojo un rostro antiguo
de pariente, su corazón en polvo: mascarón
que volvió a la disciplina de la tierra
cumplida ya su ruta entre los seres.
Me toca en los túneles (la memoria, el sueño)
toparme con mi pasado —huesos de alguien
con asuntos al sol, quehacer de afuera,
diurno— que me parece ajeno y por eso
la piedra golpeada desde adentro, su pregunta
un pasado niño, un niño que me desentierro.
(Sólo harina es la ternura marcada
por los dedos airados del azufre, y el amor,
mina de hastío, roído hasta el vacío
por el odio.)
Venid pues, venid pronto, pero
sin madre, sin piedad, lámparas nulas,
al sílice, los catafalcos, la tórrida
soledad de los renglones del nitrato.
Pero no me busquéis reemplazo entre los negros
los maridos, que vuestra pena no ponga
en mi lugar un ciudadano: el buzo o el amante,
rencoroso, no dejan sitio a nadie
en la misma incisión que los sepulta.

Pero quiero volver a donde recuerdo hay aire,
allí podría amar y usar la cama como nave
o tumba compartida. Pero no me fue dado
ese viaje, no dijeron ese número, otras
figuras hacen mi lotería: Andando, morir
moliendo, deslavando el ser, viviendo…
cuando yo pretendía morir, de muerte
y nada más, de muerte sin pretexto.


De: "Las ocupaciones nocturnas", en Los cuadernos de la tierra


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