domingo, 20 de octubre de 2019

SAUL IBARGOYEN





Exilios



Alguien menciona todavía
la tristeza
vuelve a invocar la soledad
la necesita como a una almohada negra
y se equivoca de infancia
y cambia de ventanas
para desviar la luz.
Pero el sonido susurral del carpintero
fermenta las mesas la silla
los armarios
y hay un ruido de ríos ayuntándose
en el estrecho océano del Plata:
hojas muy delgadas conteniendo el agua
neblinosos colores cabalgando el barro
peces partidos playas rotas
deteniéndose en los cauces enterrados.
Alguien vuelve a repetir
que estamos solos
insiste que es mejor no estar
dejar de ser borrarnos.
Pero desde el principio transitamos
un ámbito de hierbas perdurables
y una oscura señora nos señala
que debemos entrar en cada casa
como sencillamente ingresa
una mano en un guante.
Alguien vuelve a navegar
su lágrima
a circular por ella hasta apagarse.
Pero hay una crónica sonora
clandestina rumorosa sangrienta
y una barca de pobrezas naufragadas
y cualquier María del Sur
en una clara tinta de mujer
se hunde
para estar después en su regreso.
Alguien contempla
el humo que viaja a otros países
las estrellas deshaciendo
su sistema celeste.
Qué templos habrá con altas piedras quemadas
qué animales sagrados y flores amarillas
y aguas evaporadas y nocturnos inciensos
y mujeres sometidas amando extrañamente
y navíos disgregándose en mares de violencia
y la sal clavada en la madera
y la amarga humedad de los muelles
bajo el viento?
Alguien cumple la raíz
de su viaje:
cuando declinan los trenes y los puertos
qué gastada lágrima
qué hilo visceral
qué monedas
se interrumpen o acumulan?
Alguien eleva su alabanza
a la anchura a la claridad
de otros aires otros soles otros cielos.
Hay manos que incansablemente
escriben
nombre por nombre
la señal
de aquellos todos que se fueron.



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