Cartero Cheval
Nosotros
los pájaros que encantas siempre desde lo alto de
esos
belvederes
Y
que cada noche no formamos más que una rama florecida
de
tus hombros a los brazos de tu carretilla bienamada
Que
nos desprendemos más vivos que centellas de tu
muñeca
Somos
los suspiros de la estatua de cristal que se incorpora
cuando
el hombre duerme
Y
brechas brillantes se abren en su lecho
Brechas
por las que pueden percibirse ciervos de cuernos de
coral
en un claro del bosque
Y
mujeres desnudas en lo profundo de una mina
Recuerdas
te levantabas entonces descendías del tren
Sin
una mirada para la locomotora presa de inmensas raíces
barométricas
Que
se queja en la selva virgen con todas sus calderas
doloridas
Sus
chimeneas con humo de jacintos y movida por serpientes
azules
Te
precedíamos entonces nosotros las plantas sujetas a
metamorfosis
Que
cada noche hacíamos signos que el hombre puede
sorprender
Mientras
su casa se desploma y se sorprende ante los
engranajes
singulares
Que
busca su lecho con el corredor y la escalera
La
escalera se ramifica indefinidamente
Conduce
a una puerta de haces de heno se abre de pronto
sobre
una plaza pública
Hecha
de dorsos de cisnes una ala abierta para el pasamano
Gira
sobre sí misma como si fuera a morderse
Pero
se contenta con abrir bajo nuestros pasos todos sus
escalones
como gavetas
Gavetas
de pan gavetas de vino gavetas de jabón gavetas
de
espigas gavetas de escaleras
Gavetas
de carne con empuñadura de cabellos
A
la hora precisa en que millares de patos de Vaucanson se
alisan
las plumas
Sin
volverte tomabas la llana con que se hacen los senos
Te
sonreíamos nos enlazabas por el talle
Y
tomábamos las actitudes según tu placer
Inmóviles
para siempre bajo nuestros párpados tal como la
mujer
gusta de ver el hombre
Después
de haber hecho el amor
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