A Cuba
Cuando
los recios vientos se embravecen,
cuando
mugen los mares irritados,
cuando
estallan con furia los nublados,
cuando
las olas borrascosas crecen,
cuando
los buques míseros perecen
por
las revueltas ondas anegados,
cuando
la Europa envuelta en la tormenta
traba
en la oscuridad lucha sangrienta;
Barca
dichosa en medio del Océano,
tú
sola vas del huracán segura:
Francia
se anega, y en la noche oscura
el
rayo incendia el pabellón romano;
y
oyes los gritos del naufragio humano,
y
te duele tal vez su desventura,
¡ay!
cuando ves de las antiguas zonas
por
la espuma del mar flotar coronas.
Y
ves como cadáveres perdidos
al
agua nuestros pueblos arrojados,
y
ves como timones destrozados
los
cetros a las playas sacudidos;
y
a los que, aún viven, en el mar hundidos,
por
los marinos monstruos devorados,
y
como barco que encalló en la arena
a
España inmóvil junto al mar que truena.
Y
te contemplas tú, y en el espejo
de
tus serenos mares retratada,
de
la luz juvenil por el reflejo
ves
tu belleza pura, inmaculada:
y
de la Europa con el rostro viejo
a
la fealdad rugosa comparada,
entre
perlas tu hermoso cuello engríes,
y
de lástima acaso te sonríes.
¡Oh
¡cuánta es tu beldad, cuál tu riqueza!
¡oh!
¡cuánto es tu esplendor, hija de España!
por
eso están los buzos de Bretaña
asomando
a tus golfos la cabeza…
Mas
no serán ¡oh perla! tu belleza
y
tu valor de su codicia extraña;
pues
antes que cedérsela al britano
nos
tragará contigo el Océano.
Dicen
que tienen sobre tres castillos,
de
los mares enmedio levantados,
a
los reinos del mundo aprisionados
del
oro del Perú con los anillos;
y
que van a engarzar nuevos zarcillos
a
la reina feliz de sus estados,
si
la prenda mejor que la engalana
hurtan
a la corona castellana.
¡Ah!
bien los oigo por la noche oscura
cuando
te entregas a tu sueño blando,
en
la vecina costa murmurando
cantos
de seducción a tu hermosura
«Despierta,
dicen, reina sin ventura,
esclava
del poder de San Fernando,
que
ya de libertad llegó la hora
y
ya puedes reinar, ya eres señora.
»Si
hubieron cetro tus antiguos reyes,
¿por
qué el yugo sufrir de la extranjera?
Si
tú le puedes dar al mundo leyes,
¿por
qué no alzar tu nacional bandera?
¿Serán
tus hijos como pobres bueyes,
cuyo
trabajo a la comarca ibera
dará
las mieses de tu campo ameno,
mientras
ellos no más pacen el heno?»…
Pero
adormida tú, nunca a su canto,
inocente
beldad, prestes oído;
¡ay
de tu corazón si seducido
pierde
la dicha de candor tan santo!
¡ay
si de España el amoroso manto
donde
por tantos años has dormido,
loca
rasgando tras la voz que miente
te,
osaras aclamar independiente!
Pobre
beldad, despojo del pirata,
ese
mismo cantor que te enamora
te
forjará en su harem, altiva mora,
recias
cadenas con tu misma plata;
y
ese brillante espejo que retrata
tus
fiestas y tus náyades ahora,
por
sus navales guerras empeñado
reflejará
tu rostro ensangrentado.
¿No
eres libre y feliz? ¿No estás contenta
mientras
nosotros sin cesar lloramos?
Mientras
nosotros viejos peleamos
¿no
estás joven, tranquila y opulenta?
¿No
nos ves en la noche turbulenta
que
en las rocas del mar nos estrellamos,
que
vamos a morir ya sin consuelo
mientras
serena tú cruzas el cielo?
¿No
ves nuestros monarcas fugitivos?
¿No
ves nuestros pontífices huyendo?
¿No
ves a Europa, cuya hoguera ardiendo,
se
sustenta con carne de los vivos?
¿Serán
nuestros dolores incentivos
que
te harán suspirar por el estruendo
y
del infierno con que Europa lidia
América,
gran Dios, tendrás envidia?
Cuentan
los sabios que en la noche vienen
espíritus
lanzados del profundo,
que
la ruina del antiguo mundo
con
acentos fatídicos previenen…
y
que, será verdad… y que, ellos tienen
miedo
del pueblo loco y moribundo,
que
entre las ansias ya de la agonía
llama
a la libertad con voz tardía…
Y
que a su triste voz vendrán las fieras
de
esas comarcas tras la muerta gente
a
hundir en sus cadáveres el diente
hozando
entre su sangre sus banderas;
y
que allá en las edades venideras
irán
los peregrinos de Occidente
enseñando
al francés en su ignorancia
a
qué desierto se llamaba Francia.
Y
a contar al inglés, que oyendo atento
de
su patria estará las aventuras,
en
qué vasto erial, en qué llanuras
la
populosa Londres tuvo asiento:
cómo
en chozas buscaron aposento
los
hombres que habitaban las alturas,
y
cómo sus magníficos vapores
se
tornaron en barcos pescadores.
Y
que, así como queda por los huertos
si
la sacude lluvia anticipada,
no
madura la fruta abandonada,
España
quedará por los desiertos…
¡España
con la sangre de sus muertos
hijos
queridos, sin sazón regada,
que
sacudida al golpe de la guerra
sin
madurar se pudrirá en la tierra!…
Mas,
que primero aquellos que con vida
queden
en los desiertos europeos
recogiendo
sus libros y trofeos
irán
a tu ciudad esclarecida;
y
que en vez de la historia entretenida
que
nos enseñan hoy de los hebreos
la
nuestra en este libro han de enseñarte
«Vida
de Hernán Cortés y Bonaparte».
Por
eso aguardas tú como heredera
a
que exhalemos el postrer aliento,
y
ves rodar al pie de tu palmera
nuestras
hojas de acacia por el viento:
porque
has de trasplantar en tu pradera
a
este mundo arrancado de cimiento,
para
que en ese suelo más fecundo
broten
las flores del antiguo mundo.
Por
eso alhajas tu preciosa villa
para
hospedar a nuestras pobres gentes,
por
eso a tus hermanos de Castilla
les
preparas caminos relucientes;
por
eso a tus mares a la orilla
guardas
entre tus palmas reverentes
¡isla
de salvación del pueblo ibero!
las
reliquias del náufrago primero.
¡Cortés,
Cortés! que le legó su gloria,
Cortés
que prefirió tu cementerio,
la
existencia en el mundo transitoria
temiendo
sabio del anciano imperio,
la
tumba de Cortés en tu hemisferio
de
nuestra santa unión es la memoria;
¡sus
huesos son de nuestra fe la prenda!
¡maldito
el indio que sus huesos venda!
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